domingo, 4 de septiembre de 2011

Maravillosa tormenta

Anteayer el bochornoso calor del verano llegó a su cúspide. En el trabajo, en el supermercado, en la panadería, en el ascensor,... solo se hablaba de eso. Y no era hablar por hablar, esta actividad a la que somos tan aficionados.
Después de comer, se oscureció el cielo en cuestión de segundos, como si de repente hubiese atardecido. El cielo plomizo en lugar de inducir a la tristeza, se convirtió en sinónimo de refugio, de calidez, de abrigo.
Subí hasta arriba todas las persianas de mi casa, que hasta entonces habían permanecido a medio gas resguardándome del calor.
Me apetecía ver lo más posible, abarcar con mi mirada el cielo, los árboles, los arbustos,...
Había tendido la ropa por la mañana y aunque mi primer impulso me habría conducido a recogerla, el movimiento del mantel, de la blusa, de las sábanas, ... ¿Cómo decirlo?... Me quedé hipnotizada por su lento vaivén, el aire se insuflaba en los bajos de la ropa y la hacía elevarse suavemente hasta arriba y, después, volvía a descender lentamente, como a cámara lenta. Silbaba el viento, quedamente (¡qué palabra! no sé cómo ha salido, debemos de tener cientos de palabras retenidas en nuestro cerebro a punto de saltar, deseando que les demos el disparo de salida)...
El viento silbaba y como era la sobremesa, ni un solo motor de coche enturbiaba el momento.
Seguí observando. También los pájaros estaban cantando alegres, desbancando a las chicharras que se habían apoderado de la Naturaleza los últimos meses.
Y yo estaba allí, como una privilegiada espectadora, en medio del silencio de artificio y el sonido que despierta los sentidos.
Me sacó del embeleso la tormenta, primero los relámpagos y después los truenos y después la lluvia, su maravilloso tintineo, los charcos que se iban formando, el río que caía en mi calle. Conforme arreciaba, yo me iba sintiendo cada vez mejor; me iba vaciando de la zozobra, de mis preocupaciones, ... La lluvia caía con la fuerza con la que se rompe a llorar cuando se ha resistido el llanto con uñas y dientes e inesperadamente alguien te toca el corazón con una frase o agarrándote la mano.
Llovió mucho tiempo, no sabría decir cuanto. Permanecía allí en la ventana, con la ventana abierta de para en par, hasta que como en una sinfonía la música desciende el rítmo y la intensidad hasta concluir en la nada.
Y otra vez, el olor que dejó me hizo sentir de maravilla, muy viva, por fin viva después de mucho tiempo.

6 comentarios:

anuar bolaños dijo...

Acaso nos conecta el sol, la lluvia, los rituales cotidianos, la sazón de las palabras...

Ernesto Pérez Vallejo dijo...

La lluvia es tan poética como este texto.

Salud y abrazos.

Anónimo dijo...

Tras la furia pasajera de una tormenta, la lluvia y lo que queda de ella, súbitamente se desliza en tus oídos un fondo percusor sobre el que vuelve a florecer la vida, brillante como el vapor de los jardines. Esto es lo que a mí me has transmitido, además de sosiego.

¡Magnífica imagen la de las sábanas y ropa al viento! Has logrado que lo vea, que lo huela, que me acaricie... ¡Mmmmm!

Adoro la lluvia, pues renueva y veo que en ti ha hecho precisamente eso, para que abraces a la vida con más ganas aún, si cabe.

Besos.
P. D.: ¡Hay tantas palabras que están ahí en nuestros cerebros esperando, simplemente, a que les demos rienda suelta y las lancemos sin miedos que valgan. Mucha razón tienes, co-jefa.

Anónimo dijo...

Anuar:
Resulta fantástico poder unirnos así a través de nuestras palabras escritas, contando lo que observan nuestros ojos.

Un abrazo salado a través del Atlántico

DALTVILA (sigo pon mis problemas, como ves)

Anónimo dijo...

Pecado...:

Es un honor para mi que un POETA como tú, vea poesía en mi escrito.

Salud y yo también te manso un abrazo

DALTVILA

Anónimo dijo...

AMBER:
Qué horror lo de mi cuenta, otra vez más soy "anónima".
Espero que el sosiego te acompañe toda la semana,eso si, alternando con diversión, mucha diversión, para hacer más llevadera la vuelta al trabajo.

¡Ánimo, Amber, que tú puedes!!!

DALTVILA