Las tormentas me atraen poderosamente, me seducen hasta hacer detener mi vida para mirarlas y escucharlas al mismo tiempo, dejándome sorprender por el resplandor de los rayos y estremecerme entera cuando rompe el cielo. Son mascletás naturales y la Naturaleza siempre gana.
Después de pelearme con mi ordenador esta tarde, de ir y venir viviendo como siempre deprisa, ... Qué digo! ... no viviendo sino dejándome arrastrar por mi papel de humana que está aquí en este tiempo y circunstancias.
Esta mañana mi autobus tardó más de media hora en venir y la pantalla "anunciadora" no anunciaba nada. Aún estaba el día por amanecer y el banco estaba vacío, las aceras vacías en contraste con colas de coches rellenos de vida apresurada. Después de cabrearme con el Ayuntamiento, con el pésimo servicio de autobuses y de ir ascendiendo hasta cagarme en todo, cuando a punto estaba de volverme al coche y lanzarme a la urbe y a un parking irremediablemente, mi autobus asomó su hocico por la esquina.
Llegé tarde a trabajar cuando llevaba despierta desde antes de las seis.
Me armé de optimismo y buen rollo con el firme propósito de que nada ni nadie me lo estropeara, pero la vida sigue y la muerte como fuente de vida -así lo expuso el cura en su sermón de la misa de la difunta madre de un compañero-.
Unos cuantos optamos porque se detenga el mundo y con los ordenadores encendidos, las luces encendidas y los sillones aún calientes, cogemos un par de coches (no el mío obviamente, el mío seguía aguardando mi llegada horas más tarde junto a la parada de bus) y nos dirigimos al deprimente tanatorio disfrazado de cristaleras de arcoiris de fiesta eterna.
La capilla es demasiado grande según mi parecer, tan grande como la de la iglesia más grande de la ciudad. Tanto banco vacio no hace sino acentuar la pena... Después de casi un siglo de vida acudimos a despedirla una treintena de personas, muchos de nosotros ni siquiera la conocimos.
De vuelta al trabajo, un compañero me cuenta a quemarropa su malestar con otro de los asistentes y rememorando cicatrices aún abiertas se me pone a llorar y yo no sé qué decir pero digo algo que le consuele y deja de llorar pero presiento que solo por fuera y porque nos acercamos al trabajo o porque su intimidad conmigo quizás no supo medirla y se le fue demasiado lejos. Le digo que yo hubo un tiempo en el que también me sentí sola y que no noté el respaldo de los demás. Supongo que sin mala intención pero sí con poca empatía y mirándonos demasiado el ombligo, todos fallamos a los demás una o mil veces.
....