domingo, 3 de julio de 2011

Morir viviendo

A mi perra siempre le gustó darse largos paseos por la playa.
Todo surgió el día que descubrió que no había troncos de árboles ni coches ni farolas..., ningún obstáculo. Coger carrerilla y correr sin freno, sin miedo a chocarse con nada ni con nadie porque nada había y porque los escasos paseantes siempre la esquivaban con premura sin que ella advirtiera el riesgo.
Así era, nada había en varios kilómetros, el momento de chocarse estaba tremendamente lejos aunque ella no lo supiera con certeza.
Yo nunca la perdía de vista pero a veces se alejaba tanto que me resultaba imposible alcanzarla ante cualquier contratiempo.Tampoco importaba demasiado. Nada era irreparable.
Ella en ninguna ocasión dejaba pasar la oportunidad de irrumpir en el agua, fuera verano o invierno, hiciese un calor sofocante o un día ventoso de esos de duro invierno en los que la arena te reboza la piel y el cuerpo a cuerpo es con el aire.
No sé cuándo descubrió que los domingueros, unos seres muy simpáticos, siempre le dejaban olvidado algún resto de bocadillo a modo de presente y así fue como poco a poco fue sustituyendo sus carreras por la búsqueda de los tesoros comestibles. Olisqueaba cada centímetro de arena, la peinaba como esos señores que antes de que salga el sol buscan con unos detectores de metales los anillos, pendientes y otras joyas que se pierden irremediablemente hasta que un niño las descubre escarbando con su pala, puede que varios años después...
Y llegó al colmo de su hambruna y tomó como manjar un excremento humano, otra vez hubo que sacarle de la boca con sumo cuidado un anzuelo que dejó un pescador con restos de carne cruda.
Ese último día, ante el temor de que le pasara algo, opté por pasearla atada con su correa.
Ya nada era igual, no disfrutaba apenas, tiraba de su correa y echaba su vista atrás suplicándome con sus ojos que la soltase. Parecía triste. Empezó a engordar.
No pude resistir aquello mas que tres o cuatro semanas.

El tiempo pasa demasiado deprisa.

La volví a soltar y a verla saborear sus paseos, a correr alocadamente, despejándose su cabeza y su cuerpo de su pelo, a chapotear en la orilla, a echar carreras con otros perros.
Sacrificar esa dicha diaria por el temor de que alguna vez, remota, improbable, futurible, comiese carne envenenada o se tragase un anzuelo, primar la dicha de vivir sobre la prudencia, era absurdo.

Volvió a correr libre, sin ataduras, y vivió muchos años, muriendo de vieja, como se suele decir.

Ya lo dijo Neruda: "Muere lentamente quien evita una pasión y un remolino de emociones, justamente aquellas que regresan el brillo a los ojos y restauran los corazones destrozados".

P.D. Dedicado a todos pero especialmente a mi perra y a "Moriría por tí".

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso.

Chapó!!.





A esto le llamo yo empezar más que bien.


Besos.

Daltvila dijo...

Gracias hEto por el empujoncito (xD...)

fiorella dijo...

Me que encantan los perros, el último hace unos meses se murió. En cualquier momento me decido por tener otro. Neruda,muy cierto.Un beso

EMA dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EMA dijo...

A mí también me gustaría privarme de mi prudencia y vivir alocadamente, sin correas que opriman mis sentimientos, pero, en ésta sociedad, es tan dificil hacerlo.
Un beso y enhorabuena por expresar, con historias tan bonitas, lo que sentimos, capacidad de la que yo carezco.