Fotografía de Elena Kalis
Hoy he muerto por segunda vez.
Anoche fue la segunda a contar después de aquella en que parecía que no sería posible salir del coma...
porque hay al menos dos formas de coma. Quien ha estado en esa segunda posiblidad de coma sabe de que le hablo (descartar obviamente el coma etílico, ese sería de todos el mejor pues sus causas no suelen ser tan trascendentes y suele ir precedido de momentos de euforia y risa floja).
Volviendo a lo que iba contando, decir que todo el día supe que algo iba a suceder, algo malo, naturalmente. La predicción es algo que no opera para lo bueno, si te fijas rara vez te anuncia algo positivo. Cuando decimos "Tengo el presentimiento de que algo bueno va a suceder", "Presiento que todo va a salir bien",..., en realidad no es así, es una suerte de autoengaño porque necesitamos aferrarnos al optimismo ya que de no hacerlo, la situación nos resultaría demasiado insoportable. Al igual que la mente tiende a olvidar lo desagradable del pasado, en situaciones límites necesita esperar lo agradable, lo positivo.
Y como la Tristeza siempre se adelanta porque a ella le gusta la puntualidad y se toma su tiempo para esperar paciente la llegada de la noticia, todo el día anduvo de ocupa.
Una vez llegó se instaló. Lo hizo entre el corazón y el pecho, dejándose sentir ahí adentro hasta el extremo de hacerme pensar si no sería en lugar de un sentimiento, algo tangible, algo material capaz de colarse en ese lugar tan recóndito que guardamos bajo siete llaves, franqueando la entrada a personas muy escogidas (esto solo cuando no escapa a nuestro control, le gusta jugar a la anarquía). Y ahí fue donde se reservó un lugar en la primera fila a fin de no perderse detalle.
Sí, definitivamente debería haberme ido a ese viaje, un viaje de dos días, de ida y vuelta digamos. Cuando lo planeé eran otras las circunstancias esperadas, digamos futuribles, pero como bien sabemos el tiempo va colocando no solo a las personas sino también a las cosas en su sitio. Y de ese modo, conforme se iba acercando el día de mi partida, mi cabecita fue recopilando excusas (absolutamente "serias") para acabar "excusándome"de ir y así las expuse e incluso fui capaz de buscar refrendo escrito y revestido de autoridad a mi pretexto.
La suerte estaba echada.
Todo habría sido distinto si me hubiese marchado y, visto lo visto, mi vida habría girado hacia un rumbo diferente, el rumbo de la ceguera programada.
Pero la Muerte suele aparecer sin llamar.
Y ahí estaba cuando llegó y, qué curioso, tan parecida, tan exactamente igual a la primera, llevándome a sentir un "déjà vu".
Sé que si me hubiese ido de viaje estos dos días todo habría sido diferente y también sé que esa serie de "serias" y "rotundas" excusas eran en realidad tan tontas y livianas que con un suave soplido se habrían esfumado. Pero uno no elige realmente su destino aunque todo apunte a la opinión contraria, aunque aquél correo lo redactara yo.
Un cordial saludo